La reacción del conductor y de los que
iban en el autobús se produjo al mismo tiempo. Los neumáticos dejaron escapar
el sonido característico. Las personas se sintieron empujadas hacia delante,
viéndose obligadas a colocar sus manos en los asientos delanteros. El chofer se
aferró con fuerza al timón y apretó los labios mientras abría al máximo sus
ojos.
Un niño había aparecido de improvisto en
medio de la carretera. No se escuchó el golpe del cuerpo al ser chocado por el autobús;
pero se podía dar como un hecho que se encontraba muerto, quizás debajo de los
neumáticos.
El conductor, apresurado, abrió la
puerta y bajó al pavimento. Las dos maestras abandonaron sus asientos y salieron
del transporte escolar con la intención de ayudar al niño, si aún estaba con
vida.
Escudriñaron debajo del autobús, sin
lograr ver nada. En los rostros de los estudiantes se reflejaba la inquietud
ante lo ocurrido. El chófer y las maestras se miraban entre sí, sin decir nada.
Buscaron por los alrededores, pero no encontraron el cuerpo ni señales de
sangre.
—Hemos sido víctimas de una histeria
colectiva ocasionada por algún fenómeno extraño— Justificó la directora. —Dentro
del autobús hay mucha energía.
—Perdóneme, licenciada, pero yo vi al
muchacho cuando intentó cruzar la carretera, tenía una camisa blanca y un
pantalón azul.
—Sí, yo también creí verlo; pero no ha
sido más que un fenómeno psicológico.
—Discúlpeme, licenciada, pero esto no
fue psicología; eso fue real, yo lo vi claramente— Insistía el conductor.
—¿Usted está seguro de que lo vio?
—Claro que sí. Yo lo vi. Era un niño
trigueño con los cabellos negros.
—Bien, si usted está tan seguro de
haberlo visto, ¿podría decirme en dónde está el cuerpo?
—No sé, debería estar debajo del autobús—
El chófer titubeó. —Quizás se tiró al suelo y cuando le pasamos por encima se
levantó y corrió hacia esos arbustos.
—No, nada de eso ocurrió— Aseguró la
directora. —Todo ha sido un fenómeno psicológico.
—Lucía, yo también vi al muchacho cuando
lo íbamos a chocar— Señaló Altagracia, profesora de Ética y Formación Humana. —Dios
sabrá porqué…
—No intente meter la religión en estos
asuntos— Le reprochó la licenciada.
—Discúlpeme, señora directora, solo
quería expresarle lo que vi— Dijo Altagracia con humildad y sumisión. —Creo que
los estudiantes también vieron eso. ¿Qué les diremos?
—-La verdad. Les diremos que hemos sido
víctimas de un fenómeno de histeria colectiva. Nosotros, como adultos, debemos
entender que las suposiciones acompañadas de algarabía causan efectos que en la
mayoría de los casos se alejan de la realidad
Al subir al autobús, las opiniones en
contra de los criterios de la directora abundaron. Al poco rato, el conductor
colocó música para hacer olvidar lo ocurrido, aunque él iba analizando el accidente
sin dar credibilidad a lo dicho por la directora del plantel escolar.
La llegada al campamento se produjo a la
hora indicada; los estudiantes fueron ubicados en grupos de seis, en sus
respectivas habitaciones. Al poco rato se realizó el acto de bienvenida y se
dio inicio a las actividades programadas.
—Está prohibido alejarse del campamento,
no queremos que alguien pueda extraviarse en el bosque. Si ven algo raro, algún
animal o cualquier cosa que consideren anormal, griten y pidan ayuda. No abran
las ventanas. En cada habitación hay una alarma cerca de la puerta. Las luces
se apagan a las 9:30, y a partir de ese momento a nadie se le permite salir de
su dormitorio— Instruyó la encargada de seguridad.
El resto del día y la noche
transcurrieron en completa normalidad; pero en la mañana siguiente se
presentaron las circunstancias que obligaron a la cancelación de las
actividades festivas y al cierre del campamento hasta nuevo aviso.
Los gritos de los estudiantes pidiendo
ayuda alertaron a todo el personal que se encontraba en el campamento.
—¿Qué sucede?— Preguntó un guardia
campestre.
—Un niño que se ahoga— Respondió uno de
los alumnos, al tiempo que señalaba hacia el lago.
Un poco distante de la orilla, casi en
medio del agua, algo parecido a una persona se movía. El señor desamarró la
linterna que llevaba colgada en la cintura y se tiró al agua, nadando como un
verdadero experto. Al aproximarse al lugar donde se producía el movimiento se
zambulló. Los niños, las maestras y todo el personal del campamento aguardaban
en la orilla. Al poco rato el señor subió a la superficie y volvió a
sumergirse. Dos hombres y una mujer se tiraron al agua para ayudar a su
compañero de trabajo en la búsqueda. Todo fue inútil, no encontraron el cuerpo.
—Dicen las personas que trabajan aquí
que el lago no es muy hondo, que llegaron al fondo y rastrearon todo el lugar,
pero no encontraron nada— Decía la directora del colegio cuando fue
interrumpida por uno de los estudiantes.
—Sí, ya sabemos lo que usted va a decir:
que todo fue un asunto de histeria colectiva.
—Eso es lo que posiblemente haya sucedido,
a no ser que algún sapo o un pez haya hecho mover el agua y ustedes creyeron
ver otra cosa.
Las dudas y la inconformidad de los
alumnos hacia la directora obligaron a la administradora del campamento a
llamar a los miembros de la Defensa Civil para que inspeccionaran el lago con
equipos de buceo.
La búsqueda se inició cuarenta minutos
después, y no habían transcurrido diez cuando uno de los buzos informó a sus
superiores que en el fondo del lago había un cuerpo en descomposición.
Se introdujo una camilla compuesta por
varias varillas y una red de alambres. Al poco rato los buzos subieron el
cuerpo de un niño vestido con camisa blanca y un pantalón azul.
Los alumnos se miraron entre sí, como si
comprendieran lo ocurrido; las maestras intercambiaron miradas; y el conductor,
sin poder contenerse, expresó:
—¡Ah, con que todo se trata de histeria
colectiva!