Por: Agustín Cruz Paulino
Saltaron dos ranas, de abajo hacia
arriba, desde el fondo del agua hasta la superficie; al regresar al agua, por
causa de la fuerza gravitacional, un sapo de gran tamaño se las comió
fácilmente, y aunque allí vivía un cocodrilo, como de diez pies de largo, éste
no hizo intento de devorar al sapo, quizás por no tener hambre o por no ser
amante a degustar este tipo de cosas.
Tomasito se encontraba parado en una de las orillas de aquella charca, que en sí no era una charca, pues el agua corría despacio al salir por otro extremo.
El hombre miró con preocupación al joven que, desde encima de una roca, dejaba bajar casi hasta llegar al agua algo así como un rabo de chimpancé que se había amarrado a la cintura, para provocar a un fuerte tigre que zambullido en el agua, parado, erguido como un hombre, intentaba agarrar con sus mandíbulas aquel rabo, para al halarlo tener a su merced al joven, el cual realmente no dimensionaba el peligro a que estaba expuesto.
Tomasito se alegró al ver a un cocodrilo meter en el agua su cabeza y después todas las partes de su cuerpo para ir en busca del tigre, el cual constituiría un sabroso manjar, debido a que éste no podría luchar contra el reptil, ya que si abría su boca moriría ahogado casi al instante.
Desde el lugar en que se hallaba, Tomasito comprendió la grave situación y sin perder tiempo comenzó a correr hacia donde estaba el niño, para encontrarse de frente con la fiera, sin importarle en lo más mínimo las consecuencias que tuviera su vida al enfrentarse al animal. El individuo estaba desarmado, y pensó que lanzándole piedras podía impedir que el tigre agrediera al pequeño, y si el animal no le temía a las piedras, entonces lucharía cuerpo a cuerpo, hasta que alguien quedara vencido.
Al no ver al niño el hombre pensó que la fiera se lo había llevado entre los dientes; por eso no detuvo su marcha, y quiso tener más fuerza y agilidad para correr más rápido, para volar si era necesario, ante aquella urgencia que tenía, esperanzado en que el niño aún estuviera vivo y poder arrancárselo al animal, aunque tuviera que enfrentarse cuerpo a cuerpo, a mordidas, a patadas, a lo que fuera necesario.
En ese momento de desesperación no le importaba más nada que salvar la vida del niño, y aceptaría con gusto que fuera su cuerpo el que quedara sin vida bajo los pies de la fuerte fiera, sólo por salvar al sobrino. Desde muy pequeño aprendió que en la descendencia familiar no basta con llevar el mismo tipo de sangre, se necesitan los afectos y el compartir hogareño.
Brincó lo más rápido que pudo por cada una de las piedras que sobresalían del agua.
No le importaron las espinas y avispas que abundaban en el lugar, entró por los matorrales con la seguridad de que al encontrar al tigre la lucha sería feroz; pero eso no le ocasionaba temor, pues, aunque aquel niño era su sobrino, lo quería como a su propio hijo, y por su hijo estaba dispuesto a secar las aguas de los océanos o derribar todos los árboles de los extensos bosques a puñetazos, si fuese necesario.