Curso: Construcciones                         Curso: Aprenda                  Taller: El Arte y Técnicas
de versos, estrofas y poemas                  a escribir cuentos.             de la Declamación Poética.

La perdió


 La perdió

Por: Agustín Cruz Paulino

El tiempo nadie lo detiene, las manecillas giratorias del universo siguen su curso, matando y creando segundos, minutos, horas, días, noches, semanas, meses, estaciones, años, lustros…

La ciudad está a oscura, solo los bombillos del frente de algunas casas y los del tendido eléctrico están encendido. A esa hora todavía escasean los transeúntes.

La pareja de esposos está acostada en su cama. Tasio se desarropa y, tratando de hacer los menos movimientos y ruidos, se baja de la cama. Al poco rato de haber entrado al baño se escuchan sus orines caer en el retrete. Minutos después regresa a la cama, y con igual cuidado se acuesta. La mujer no se mueve. El hombre permanece sin arroparse. El reloj de luz fluorescente marca las 5:18.

Con los ojos abiertos y sin moverse, Tasio reflexiona sobre la noche acabada de transcurrir. Poca conversación tuvo con su esposa mientras estaban acostados. Él no sabe quién se durmió primero, y no se dio cuenta si ella se levantó esa noche para ir a mear, como siempre lo hace.

Tasio, sintiendo la sensación de que algo de orine todavía le queda en su vejiga, reflexiona y llega a la conclusión de que los hombres no mean, porque no tienen meato; pero sí orinan, porque así se le llama al líquido que se expulsa. Él se da cuenta de que su esposa no se mueve ni ronca; sabe que está despierta, pero decide no interrumpirle su tranquilidad.

Tasio no puede dormir, el pensamiento de que se irán a las ocho lo obligaba a mantenerse despierto.

Al poco rato, la mujer se mueve. Tasio permanece con los ojos abiertos y sin arroparse. El reloj ha ido lento, marcando despacio desde las 6:00 a las 6:30.

El hombre se sienta en la cama. Alza los brazos hacia el cielo y abre la boca para bostezar. Al tiempo de pararse, mete los pies en las pantuflas. Avanza hacia el gavetero, y comienza a vestirse; ya con la camisa puesta y el pantalón también, enciende el bombillo.

Si no se vistió más temprano fue para no molestarla al encender el bombillo y abrir las ruidosas gavetas donde guarda los calcetines, los pantaloncillos y las franelas.

Al peinarse, ve a través del espejoque Yudelca lo observa.

¿Algo te preocupa?― Le pregunta.

―No― Responde ella.

 Tasio permanece en silencio, esperando que su esposa diga alguna otra cosa o que comience a hacer una de sus oraciones. Al ver que la mujer no le quita la vista de encima y que rehúye la mirada cuando él la mira, le cuestiona:

—¿Te ocurre algo?

—No— La mujer voltea la cara hacia una pared, quedando de espalda a su marido.

A las 6:45 Tasio sale de la habitación, le da algo de comer al perro, previendo que podrían llegar tarde. El perro está acostumbrado a recibir una comida por día, después que almuerzan los miembros de la familia.

De regreso a la habitación, Tasio le dice a su esposa:

—Alístate. Voy a echarle gasolina a la camioneta, cuando regrese nos iremos inmediatamente.

—Ajá— Le responde la mujer.

Son las 6: 56.

Yudelca se arregla la almohada bajo la cabeza, y extiende las piernas.

Ella ve extrañada que su marido se ha quitado la pistola de la cintura y la entra en una gaveta. «¿Qué le pasará? Esta parece ser la primera vez que saldrá a la calle sin su arma de fuego.», piensa.

La mujer se quita la sábana de encima y se sienta en la cama.

Las inquietudes la embargan; pero se domina, no dice nada; lo miró hasta que él vuelve a salir de la habitación.

Ella tiene los oídos atentos ―como el gato en la oscuridad cuando vigila un ratón―, escuchando hasta la más leve pisada que da su marido. Imaginándose que lo está viendo a través de una cámara de vigilancia, ella se da cuenta cuando agarra cada caja, camina por el callejón de la casa y la sube a la camioneta. Se percata de que la camioneta no produce tanto ruido como en días anteriores.

Escucha cuando su esposo cierra la puerta del conductor, y hasta nota el cambio en la revolución del motor cuando se le ha puesto la reversa. Los neumáticos parecen triturar el cascajo en la salida de la marquesina. La camioneta se aleja, el ruido va disminuyendo hasta desaparecer. 

Yudelca, segura de encontrarse a solas en la casa, toma una toalla y entra al baño; ya la cama está arreglada. Luego, se maquilla. Se inclina un poco hacia el espejo y escudriña cada parte de sus ojos. No ve tristeza ni alegría en sus pupilas. Pone las manos muy cerca de su rostro y las mira por un instante. «Soy fuerte. No tengo miedo. Dios, perdóname.», se dice, como en secreto.

Al colocar un pequeño bulto en la cocina, el reloj de pulsera de Tasio toca la alarma. Son las 7:41. El hombre llega al comedor. «¿Para qué se molestaría preparando desayuno si le dije que compraríamos algo de comer en cualquiera de las paradas que hay en el camino?», se dice al ver sobre la mesa un plato con batata y huevos fritos. Una taza está llena de chocolate.

El hombre sabe que en circunstancia así, cuando las mujeres están tristes y dolidas, lo mejor es no ocasionar acciones provocadoras de molestias; por eso, se sienta frente a la mesa y come de prisa para evitar que ella se queje ante el hecho de haberse puesto a reparar ese día el neumático de repuesto que desde hace semanas presentaba escape de aire.

A las 7:53 entra al dormitorio. Se cuestiona, preguntándose ―sin abrir la boca―, dónde está ella, pues daba como un hecho que la hallaría arreglando la cama.

Tasio agarra la toalla y se dirige al baño con la intención de cepillarse los dientes. Al colocar una mano en el manubrio de la puerta lo hace girar despacio, para evitar asustarla o no sorprenderla al estar sentada sobre el retrete; a ella no le gusta que la molesten cuando defeca; dice que eso es lo único sagrado que le queda a una mujer casada.

Se siente aliviado al no hallarla allí, eso le dará tiempo para estar listo a la hora acordada.

A las 7:58, al dejar la toalla en el lugar donde siempre la coloca en el dormitorio, se dirige a la habitación de su hijo, casi seguro de que ella se encuentra en ese lugar, organizando algunas cosas. Al no encontrarla, camina a la sala, quizás ella esté allí, sentada en un mueble y orando ante una imagen de Jesucristo. Tampoco está en ese lugar. Tiene motivos para que entre sus cejas se dibujen esas líneas que indican preocupaciones. Avanza hasta la terraza, esperanzado en encontrarla rociando las flores; pero se equivoca, el lugar se encuentra vacío.

Cuando el reloj marca las 7:59 empujó la puerta sin petillos que conduce al patio, y es entonces cuando ve su cuerpo, de la cintura hacia abajo, colgando entre las ramas de la mata de mango. «Dios mío, no lo permita.», se dice al momento de emprender la carrera para evitar que se ahorque.

A las 8 de la mañana la sujeta por los pies, la alza un poco e inmediatamente comienza a pedir ayuda.

―¡Auxilio, auxilio! ¡Ayuda, ayuda! ¡Corran, corran, que se muere!

Al ratito llegan varios vecinos y uno de ellos sube de prisa a la mata de mango y la desata.

―A un lado. Déjenme atenderla― Solicita Rosa Elena.

Tasio llora, los vecinos lo consuelan.

Rosa Elena le palpa la garganta a Yudelca, y comienza a darle los primeros auxilios: Le proporciona respiración boca a boca, le presiona el pecho con las dos manos, vuelve a darle respiración boca a boca. Repite la acción varias veces, y al ratito comprende la realidad… Se queda mirando el rostro de la difunta y comienza a llorar, abrazándola. Otras mujeres se les acercan… Al poco rato, Rosa Elena persigna la frente de su vecina. Son las 8:13.

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